Eras tú, sin duda;
Tu piel se había tornado mucho más morena.
Tu pelo ahora era completamente negro como el azabache, liso y lacio: larguísimo.
Por debajo de la cintura.
Pero eras tú, sin duda.
Alguien parecía haberte roto la nariz, que asomaba algo más chata que de costumbre,
quién sabe si en alguna pelea.
La mezcla hacía que parecieras Pocahontas. Sonreíste.
Pero eras tú, sin duda.
Tus pantalones de pana se abrazaban a tu cintura,
siempre a la misma altura, dejando asomar tu pendiente tímido,
que chupé sin pensarlo dos veces.
No parecías tú, pero eras tú; sin duda.
Algo había cambiado en ti, y ahora, seguramente fruto de más de diez
años de vivencias distintas, tenías cierto deje extremeño al hablar.
Era bastante gracioso.
Todo era distinto, no sólo tú.
Mi madre se había echado un novio nuevo, con el que parecía ser feliz.
Y el padre de un amigo me preguntaba por ella.
Mientras, conducíamos por la provincia; quién sabe camino de dónde.
Yo volvía al portal de mi casa, donde estábamos hablando.
De rodillas volví a chupar tu ombligo, mientras te asía
por la cintura, con los ojos cerrados.
Nada era igual, todo era radicalmente distinto.
El mundo de los sueños carga siempre sus crueles matrices, tejidas de recuerdos,
con distintas apariencias.
Y así cada vez.
Nada parecía nada, salvo tus pantalones verdes de pana.
Pero eras tú;
sin duda.
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